El absentismo también es un fraude a los que trabajan, a los parados y a los autónomos sin amparo para sus bajas
IGNACIO CAMACHO
Día 30/03/2011
EN España hay casi cinco millones de personas sin trabajo y otro millón que no va a trabajar. Con esa cifra de absentismo, de la que alrededor de un 40 por 100 no está justificado, se puede levantar una llamativa estadística pero no se puede construir un país competitivo. La vieja costumbre nacional del escaqueo no sólo incrementa la leyenda, a menudo inflada, de la falta de productividad de los españoles, sino que siembra un irritante triple agravio: por un lado hacia los que cumplen con sus obligaciones laborales; por otro hacia los que no las pueden cumplir porque carecen de empleo donde hacerlo; y por último respecto a los más de tres millones de autónomos, condenados a depender estrictamente de sí mismos y para los que cada día de enfermedad, de avería o de contratiempo supone un descalabro en su cuenta de ingresos. Se trata de una lacra social inaceptable en cualquier sociedad moralmente solidaria, pero en esta época de aprietos cobra además una importancia neurálgica porque está en juego una reforma de la estructura de los salarios que pretende vincularlos a su eficacia productiva.
Se sabe que durante la crisis han disminuido las bajas en el sector privado por el temor al señalamiento en despidos y expedientes de regulación —de los de verdad, no de los trucados por la Junta de Andalucía—, pero en la Administración continúa faltando a su puesto un 20 por 100 del personal; la cifra convierte al sector público en una sima improductiva, sobredimensionada en efectivos y desastrosa en resultados. En conjunto, la bolsa de inasistencia disfraza la verdadera ratio de productividad individual, ya que el trabajo de los ausentes carga sobre las espaldas de los cumplidores; los españoles trabajamos más de lo que parece, en horas y en esfuerzo, y nuestros índices de eficiencia no desmerecen demasiado de la media europea, pero el ejército de defraudadores tira a la baja de las estadísticas. Claro que eso a los empresarios les consuela poco: ellos han de pagar los costes de los que acuden y de los que no. Y como están muy cabreados al respecto ya tienen al presidente medio convencido; va a haber ajuste salarial primero y después ya veremos si aumentan los controles a esta vergonzosa falta de compromiso.
Con todo, tal vez lo peor no sea el fraude real, favorecido por un sistema de vigilancia muy poco riguroso, sino la falta de sentido de culpabilidad y la complaciente anuencia social de la que se beneficia, fruto de una relajada ética del trabajo que tiene despenalizada la pereza y el hábito absentista. Una sociedad con un veinte por ciento de desempleo en la que escurrir el bulto se considera un mérito o un derecho es una sociedad enferma. Y de una enfermedad moral que no ampara ninguna baja justificada.